viernes, 24 de julio de 2009

Personalizar.


Vestidos no tiene nombre porque odia a los vendedores que piensan que “personalizando” le van a poder vender el plasma al compulsivo. El plasma tiene mala definición, porque las imágenes que proyecta son equívocas y alejan al alienado de los verdaderos motivos de su vida. Vestidos se confiesa frente a los lectores porque no cree en los ministros de la iglesia, que justamente administran las miserias, los miedos y la impotencia del ser ignorante e ignorado. La iglesia tiene mala memoria, pero se acuerda bien de lo que debe prohibirse. Prohibidos de ciudad, deberían llamarse los vagabundos que mueren de frío frente al cristal espejado de la mueblería lujosa. El sillón es incómodo, porque tiene un relleno de carne podrida, con intestinos de los muertos de mi ambición. Igual me gusta relajarme tomando mi whisky, acariciando a mi perro de raza aria. Los hombres no tienen raza, no tienen conciencia, no tienen felicidad. Y lo peor es que no piden nada de eso, quieren un pedazo de plástico y cuotas sin interés. Desinteresados de ciudad, deberíamos ser todos nosotros, que no encontramos la sustancia en lo que hacemos, que estudiamos carreras diagramadas para hacernos lo más estúpidos y engreídos que se pueda. Que trabajamos para extranjeros que no saben ni como se llama nuestra ciudad, en un trabajo que nos demanda más tiempo que soñar, que encontrarnos con quienes queremos, o del que jamás tendremos para sentarnos a crear algo nuevo, que le de sentido y sensaciones a nuestros setenta años de indiferencia. Indiferentes, indiferenciados de ciudad, amebas amorfas que no descubren lo realmente importante hasta el segundo antes de morir. Pobres que se matan entre ellos cuando ya deberían haber salido a quemar countries y canales de televisión; tibia clase media que solo piensa en donde va a veranear en sus tristes 15 días de vacaciones anuales, ricos que mueren de depresión y soledad. Deprimidos de ciudad, que traen hijos insulsos al mundo y les enseñan a cuidar lo propio, idiotas que después van a trabajar y piensan que la silla barata en la que se van jorobando día a día es de ellos y no de la multinacional S.A. Vestidos odia al pelotudo que vota a empresarios porque los ve serios y eficientes. Eficientes, efectivos, eficaces, efímeros. Vestidos detesta al padre de familia “tipo” que ve con peores ojos a un pibe fumando hierba que a un pibe pegándole a la novia. Vestidos quisiera prender fuego todos los contratos de alquiler del mundo y en esa gran fogata calentar las conchas de todas las mujeres frígidas y aburridas dominadas por los prejuicios y el machismo. Vestidos no entiende cuál es su función en el mundo, tampoco entiende como sigue habiendo gente que prefiere sobrevivir sin quejarse a que le peguen una patada en el orto por rebelarse un poco a lo establecido. Vestidos odia a los abogados que crean palabras raras y cientos de miles de hojas-folios para complejizar y ocultar el simple hecho de que su profesión es mantener a la plebe controlada “dentro de los marcos legales”, o metida en una jaula cuando no tiene guita para pagarles a ellos mismo. Sórdidos comunicadores hablan de democracia y de dictadura comunista, “no bueno, pero acá somos libres de elegir”, dale Santo, andá y decile eso al pibe que todos los días come la basura de la comida basura de Mc Dólar, que mide menos que tu nieto y que tiene una parte del cerebro atrofiada, una parte que no vuelve más. Cínicos. Vestidos ha perdido la esperanza, porque tener fe es un acto reflejo que se basa en ser crédulo, y vestidos dejó de serlo cuando vio de cerca al diablo jefe de gobierno y futuro presidente de todos los argentinos derechos y humanos y con ojos claros llenos de brillo y éxito. Vestidos habla en tercera persona hoy, porque se le canta el quinto forro de las pelotas. Se siente Perón. Vestidos cree en vos. Vos en qué carajo creés?

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