jueves, 26 de noviembre de 2009

Los huevos enchapados en Oro. Martirio.


Sabés lo cerca que queda lejos, tan insignificante soy, tan insignificantes mis problemitas amorosos. Tan estúpido queda todo al lado de un viejo muriendo de frío en la calle o un pibito jalando para no sentir hambre. Pero insisto en sentirme importante con mis desamores de telenovela, dejate de joder Andreíta del Boca! A ver si hacemos recuento y entendemos nena que amar es sufrir, para amar de nuevo después. Sin ese devenir tan aristotélico no podemos seguir. Pero si nos sentamos un ratito y nos vemos correr la maratón de los idiotas, con nuestras zapatillas fluor y la bincha antifreez, entenderíamos que ninguna de esas cuestiones es tan vital como pretendemos creer. Hoy te amo, nos amamos, compartimos la almohada, mañana la ponés a lavar y yo apoyo la cabeza en un colchón de plomo y me resulta más cómodo y me lo compro en Fravega con la tarjeta del francés, contento de colgarme la piedra al cuello, me tiro a nadar y sonrío para la foto, mi última foto. Tampoco vamos a hacer una tragedia hermana de Otelo. Ya todo está inventado dice Suar y sale al aire en pelotas mostrando que tiene los huevos bañados en oro. Cuando estuve en Perú vi correr a los porteadores con 40 kilos al hombro cobrando en especias, y me dije; “Vestidos, cuando vuelvas no llores más por amor, y si alguien llora por vos, invitalo a caminar por Constitución de noche”. Tan confundidos estamos en esta crisis existencial de almas que nada tienen para ofrecer, que nos aferramos al primer ser que nos mira toser y se ríe. Tan poca cosa tenemos en el bolsillo interior, que, claro! Si alguien nos dice “te necesito” juramos morir o amar. Vestidos (en tercera persona), cree que si fuésemos un poquito más seguros de nosotros mismos, sufriríamos solo por lo importante, por los que se juegan la vida en una jornada de laburo. O los que aprenden a contar guita antes que a jugar a la mancha. Por eso hoy, que fue un día turbulento, de agresiones, de idas y comienzos, de mujeres acabando y mujeres aplastando, este hombrecito se sabe tranquilo, vulnerable, pero en paz. Porque nace debajo de la carne quemada un gusanito alegre, juguetón, dispuesto a volver a mandarse cagadas y hacerse querer. Porque no en vano, uno se la juega cuando dice “hasta acá llegué” y más aun cuando grita “que lindo es rozarte”, y van a venir los ataques, y van a irse los gritos y las penumbras, y uno va a quedar, sentado con las gambas colgadas del precipicio, mirando la selva, las ruinas milenarias, y unas ganas imparables de que quien sufre, sea digno y aprenda. Sin un solo pelo de soberbia, ni una gota de sudor de necedad, digo que hoy aprendí algo inquietante, y no pido perdón, me la juego hasta los huesos por este balcón de la libertad y que me asesine quien no pueda dar vida. Seguro mañana cuando todos despertemos, y nos lavemos las caras, vamos a tener más ganas de mirar al espejo. Adios, se dijeron adios. Y hola, otros dijeron hola.