miércoles, 21 de septiembre de 2011

Subibaja. Cuento.


Subeibaja.

Caminaba despreocupado, ferviente de sábado por la tarde.
Llevaba en el bolsillo la linterna por si me sorprendía la noche.
Cargaba el termo gigante lleno de ron por si me ganaba la sed.
Iba despreocupado de los edificios que dejaba detrás. Por las camisas que no había planchado. Por el desmán que había generado de papeles y despedidas, todos volando y arremolinando por el aire del callcenter.
El sendero era tan ancho como un deseo, me rozaban los sauces llorones a ambos lados, los hombros caídos pero livianos apuntaban a las piñas que se amontonaban en el desconsuelo de árboles secos pero inevitablemente vivos.

Veía el arroyo allá lejos, brillaba tenue, y no hacía nada más que flotar y reflejar.
Aun así, me parecía justo y necesario.
En ese lago mis padres nadaron hace treinta años, supieron ser jóvenes y hermosos.
Y yo frente al pasado miraba el futuro.

Fue justo en ese descanso de los pensamientos, cuando había por fin decidido sentarme en uno de los cientos de banquitos de madera. Que me quedé parado y escuché.
Sonaba casi saliendo de los brotes una música lejana y en estéreo.
Un piano y las hojas detenidas, un violín y las ramas flotando, un contrabajo y las olas vergonzosas de la ribera.
Sonaba en todos lados, y yo giré en mi eje, y no pude ver.
Giré hasta marearme y perder noción de mis piernas.
Y nada.
Atrás quedaban mi tía y su hermano, mi padre.
Atrás quedaba el ciruelo de la abuela Elvira, lleno de frutos que nadie juntaba.
Mis hermanos en algún momento del bosque decidieron ir para otro lado.
Maxi! te estás perdiendo la orquesta, Ema! te distrajiste con los caballos nerviosos.
Y yo me detuve ahí, al lado del agua, y de la madera.

Casi como un instrumento más, escuché, sentí, el crujido inconfundible de la herrumbre.
Un hierro desgastado gemía de ir y volver, de quietud y de movimiento.
Giré lentamente mi cabeza, ambas sienes apuntando al sur y al norte, y el sol corriendo despavorido hacia el medio exacto, cayendo en dirección del suelo, de la tierra. Levanté el mentón y también mis ojos se alzaron.
En cámara lenta se irguieron.
La placita desordenada en medio del anfiteatro de potreros se iluminó como un escenario.
Las tres hamacas anaranjadas en quietud.
El tobogán celeste caía más llorón que los sauces.
La arrugada calesita amagaba con girar pero se detenía.  

En cambio, el subibaja temblaba de regocijo. Iba y venía. Crujía, se doblaba en curva del deseo. Vibraba la vida en ese tablón con asientos en las puntas.
Me acerqué peligrosamente al arroyo, me vi reflejado y solté un; "dale Narciso, veintiocho años atragantado, decilo che, sacalo de la garganta Narciso Silvio".
Y sonreí. Y me reí en voz alta. Seguí sonriendo en la soledad del parque de San Agustín, y fue mi sonrisa más genuina. Seguro mamá sonrío acá y papá se hizo el seductor a la orilla de este mismo árbol, más me reí.
El subibaja bailaba líquido en medio de la nada. Sus hierros fueron fundidos por alguien, fueron empujados por alguien, fueron detenidos por alguien, fueron humedecidos por alguien y fueron susurro y secreto de tantos amores furtivos y torpes.

Me acerqué con cautela y con suavidad. Crujía y se quejaban sus engranajes.
En un sutil instante se detuvo. Y yo caminé más rápido, despreocupado recién ahí.

Subeibaja.

Me senté en la madera centenaria y hubo un quiebre del sonido.
Los ojos me brillaron por demás. Esto lo sé, porque los vi centellear en el lago, relampaguear su fuego. Su hermoso fuego.  
Quisiera ser más Precavido, me dije mirando a la luna que estaba ahí, en vez del sol.
Creep y no soy un extraño. Eso traduje de los sonidos del bosque que me rodeaban.
Y el subibaja no se movió más. Pero yo lo vi moverse me defendí ante el auditorio de marrones y raíces que me miraban.
Yo lo vi subir y bajar, señores.
Repetí muchas veces.
No nene, acá no hay sorpresas, imaginé que me decía el palo borracho que hinchado yacía al borde del alambrado.

La música se apagó, terminó el cd pibe.
Ahí sentí vacío. Vacío. Ni viento para darle vida al cuadro. Nada.

Nada.

Y en ese momento sonaron los violines de verve. Y los ciruelos de Elvira se licuaron con los limones de Yolanda. Agridulce corazón.
Y el subeibaja cobró vida, y empezó a moverse y iluminar los rincones del lugar. Ese parque que tanto pensaba conocer se reveló, y estuve triste y después feliz y después dudé y después tuve certezas y después no pensé y después reflexioné y todo arriba de la misma madera centenaria que crujía (o que hablaba).
Y los extremos del tablón eran iguales, o no, eran similares.

En esas estaba cuando un contingente de gentes se bajó de una combi de escolares. Sacaban fotos al laguito, se reían y abrazaban a los caballos que hipócritas no rechinaban los dientes, eran tantos los que bajaron de ese vehículo!
Hicieron fila india para no perderse en la naturaleza.

Se movieron las aguas, hicieron eco de mareas. Alguien tiró un tronco al medio del espejo.
Se rompió.

El vaivén me despertó.
Ya era de noche. Miré a todos lados, desolación. Viento. Aullidos lejanos.
Un molino se alimentó y molió todo el trigo posible.
Estaba solo. Y sólo eso.
Y yo miraba lo negro. La oscuridad.
Hasta que mis ojos se acostumbraron a la penumbra, a la distancia.

Me acerqué a la orilla, y me crucé de piernas tocando el agua tibia.
Epa! no está helada como pensaba, dije.

Ahí nomás sonó un bandoneón. Así como de repente. Y ya no lo vi como algo extraordinario, simplemente lo disfruté.

Lenta, insegura venías vos, y yo supe que eras vos, sin saberlo.

Estabas sola, no me veías a mí, venías tocando el sendero angosto con los hombros, mirando el arroyo brillante encandilada, los caballos inquietos, te observaste en el lago, tu imagen difusa, sonreíste, te reíste en voz alta, viste al contingente bajar de la combi, te detuviste dubitativa frente la plaza, elegiste el subibaja, te sentaste, describiste a la madera debajo tuyo, y sin querer me miraste fijo a los ojos, inmóvil, cuando me senté frente a vos, en el otro extremo de la madera crujiente.

Que juego más raro, pensaste.
Te necesitaba para jugarlo, pensé. 

Y hubo arena de mar en nuestros pies. 

lunes, 19 de septiembre de 2011

Dos por Uno.


Y que importa si hoy voy al cumpleaños de nadie con alpargatas de yute?
Hoy nací de nuevo y la moto no arranca. Es tiempo de caminar por la vereda.
Mirá mis dedos, encontraste mi cama en la oscuridad.
Te veo en el velo del deseo, tus gestos se desintegran en la almohada.
Sólo veo tu sonrisa, no hay nada más en esta habitación.
Tu desnuda manera de aparecerte en la penumbra.
Y a quién puede importarle si hoy no nos vemos entre las luces ciegas?

Pensar que no se negó a mi beso apurado. Verme perdido y acompañarme en la lluvia.
No era aun el tiempo de juntarse y me dejó quedarme en el umbral.
Descreída, anulada por la soga que la ataba a la nada. Aun así.
Y la mañana me descubrió anhelando el futuro.
Prometí poner música, y una vez en mi vida, cumplí una promesa.
Ella me necesita y necesita espacios sin mí. Yo también.

Un nudo es una atadura para resolver algo que estaba separado y debe permanecer unido.
Un abrazo es una atadura para resolver algo que estaba separado y necesita permanecer unido.

Pasado y futuro. Nudo y abrazo.
Todo es potencia, hasta que nos cansamos y disfrutamos de hacerlo.
Hasta de que dejamos de desaprovecharnos, nos venimos, nos damos.
Hoy es el mejor día de mi pasado. Y mañana? Ya lo respondí en la nota anterior.

Y hay abrazos.
 Si todos pudiéramos abrazar a quién quisiéramos en el momento que tuviéramos ganas, habría menos nudos, y seríamos menos profesionales para atar y más sensibles para unir.
 Como en cada vez que mencioné a "un otro", hago la aclaración:
A veces no depende sólo de lo que deseemos cada uno de nosotros.
 Sin embargo, un abrazo que tengamos ganas de dar, no mata a nadie...

Cito esa nota, porque fue la última antes de vos.
Después vino mayo, con sus luces, sus dudas, sus incertidumbres.

Luz de mayo, venís llegando y yo ya no estoy cerrando los ojos dentro de la caverna.

Algo venía, lo sabía, lo presentí esa vez que te encontré sonriente en el subte.
Vos no estabas ahí, aun.
Pero yo te vi. Simplemente te vi.

Te costó venir, te cuesta, aun seguís viniendo con pasos inseguros. Pero venís.
Y yo voy.

Pasa que,
En invierno (los domingos), el día dura menos, hay poca luz.

Pero hoy ya es víspera de la primavera que llegó para quedarse, no para atormentarnos.
Hoy es la víspera de siempre.

Decilo, Silvio, decilo de una vez! (y por todas).

Ya no importa si llego antes de las 3am para aprovechar el 2X1.
Ya fuimos dos por uno hoy temprano.

Sigo ansioso, no lo voy a negar. Pero tal vez esa sea una característica constitutiva.
Uno de los motores de mi ser.
Pero además estoy orgulloso de mis acciones, me devuelven caricias en cada paso.
Como nunca antes, como siempre lo imaginé.

 Y qué si en vez de hacer preguntas, nos ponemos a andar juntos? Por probar, ver cómo es, cómo sería, nomás...
Y qué?
Nada, sólo el tiempo afirma.
Sólo el tiempo responde con claridad.

Y es nomás.
Para Fito (y para mí también), que es el amor después del amor...

Después vino Drexler. Y Edith Piaf.
Dale alegría a mi corazón, es lo único te pido al menos hoy.
Que se enciendan las luces de este amor.

Inoportunos, uno para el otro, dos por uno.
Las sombras que acá estuvieron, no estarán, ya verás, no necesitaremos nada más.

A tu destino
querías mantenerte fiel.
Princesa herida,
el teatro de la vida
cambia tu papel...

Luego nos desnudamos, nos sorprendimos y Miren quién apareció!
Todo despacio, en cámara lenta, para no marear al tiempo, para sanar en serio.
Tomándonos los segundos para saber si era o no era nada.
Vergonzosos, llenos de cautela. La fuimos jugando, carta a carta.
Y era un full, de de esos que cuesta tanto armar.

Y no abandoné, me grabé el deseo en los actos y fui por eso, por vos, por todo.
Envuelto en tu cuerpo. Voy.
Pero si estoy con vos, no necesito nada.
Y creo que ya no llego antes de las tres, a quién le importa?
Si sé que vas a estar ahí, que voy a encontrar (...), que es todo lo que quiero.

Charquea en mi paladar el agridulce sabor de lo perenne.

Yo no sé nada sobre nadie. Pero creo algunas cosas sobre todos.
Y ya solté lo que no es mío, soltar (no) todo, pero sí lo que nunca estuvo ahí para nosotros, sino a pesar de nosotros.
Ahí, el dos por uno de la barra que nos espera al final de la fiesta.

Hay un umbral efímero, y hay detrás del cuadro un tatuaje que ya no es falso.
No importa que vayamos a hacer con el resto de nuestra vida.
Porque no hay vida en potencial, hay vida hoy. Y mañana?

Va a ser un gran día.


sábado, 10 de septiembre de 2011

Moebius de Porcelana.






El viernes está en pausa. La elipsis le arranca un gesto al escritor.
El niño que conoció su juego preferido, lo ve del otro lado de la vidriera.
Las luces demoran en encender, titilan, casi que no alumbran pero calientan.
El hombre que supo trastabillar, camina a paso firme y sonríe.
Mira fijo a los ojos del futuro.
Ese llegó hace rato y que cada tanto vuelve a irse.
La semana no está completa, el joven sabe qué es lo que falta.
Desea, imagina, manda mensajes por todas las vías.
Se abren los paréntesis de la duda y las culpas que vienen de atrás.
Hay una mujer. Una mujer.
Que baila con las sombra y golpea en la sien de los fantasmas.
El niño, el joven, el hombre son uno y también nada cuando la mujer no está.
El pulso se demora. Los dientes aprietan las frases que retrasan la plenitud.
El viernes trae certezas, las mañanas previas reafirman que ahí, entre ambos, hay algo.
Cuando la tormenta del ayer sacude, quedan en evidencia los nuevos cimientos.
Su fragilidad, su inestabilidad estructural.
Aun así, resisten acurrucados, débiles y hermosos.

Más tardes necesitan los niños que se descubren y se desnudan en el pasto.
Más claridad de esa que generan juntos para opacar todo lo que cargan.
El joven carga en la espalda, la mujer en los oídos. Cargan, llevan y soportan.
Ya no más, debieran decir. Pero siguen siendo débiles y nerviosos sus pasos.

Hay un umbral, hay una luz detrás del cuadro. Hay una camita. Hay nombres y sellos.
El amor es sólo una cosa, pero la que envuelve a todas las cosas.
El amor es sólo una cosa, que quiere ser todas las demás cosas en una vida.
Hay desencuentro, tangos, cumbias y ella es un arcoíris pero de esos mirame y no me toques.
Nunca busques la canasta de oro en donde nace este haz de luz.

El marco del cuadro es el umbral, de porcelana y barro.

Cuántas mareas tendrán que pasar para que podamos responder la pregunta.
Llegamos hasta acá, qué pensás hacer con el resto de tu vida?

El barro es frágil frente a las inundaciones, pero se solidifica con el calor intenso. 

Cuándo es el resto de la vida?
Hoy. 

Y Mariana. 

Escrita a duo.