sábado, 25 de julio de 2009

Ficción y Realidad. El espejo deforme.

Acercamiento confuso a la literatura periodística.¿Se puede ser escritor de ficciones y de notas políticas al mismo tiempo, en el mismo lugar, en el mismo párrafo? Sí, claro, respondí sin meditar demasiado mi respuesta. ¿Por qué, cómo? indagué. Eso no lo sé. Ah! las cosas se ponen en su lugar…
Carlos Gamerro, escritor de Las Islas, la novela argentina de fines de siglo XX más profunda y desafiante, que haya leído, dice con respecto a esta (probablemente falsa) dicotomía que él escribe para averiguar lo que siente o piensa, más que para decir lo que piensa o siente. Y agrega, “lo político de la literatura ha cambiado de signo, y ya no tiene mucho que ver con la idea del compromiso”[1]. Yo me pregunto si esta finalidad, averiguar lo que se siente o se piensa con respecto a determinados temas que generan dudas, ambivalencias y que son evidentemente de tinte político, no se aleja de lo que una nota política debe o intenta producir. Quiero decir, está absolutamente claro que la literatura es la búsqueda de respuesta, de lugares misteriosos y ocultos que son imperceptibles a primera vista, pero lo que no me resulta claro o convincente es el papel político o social que pueda tener una ficción. Indirectamente y a largo plazo la lectura trasforma, decodifica, los mensajes implícitos de las ficciones, los vuelve políticos a través de cambio de mentalidades en los lectores, pero directamente, parece ser imposible (repito, parece ser) que un cuento influya tan efectivamente como un editorial, y peor aun, sería improbable leer en la primera página de un periódico o una revista de opinión, una ficción que funcione como pensamiento editorial del medio. ¿A qué se debe esto? a que el paradigma periodístico actual no se permite este tipo de situaciones; a que realmente no funciona un cuento o un poema como plasma de actualidad, a que no estamos preparados como lectores (por la repetición, la educación recibida), para captar el mensaje ficcional con toda su fuerza política.
Es evidente que la figura del intelectual, escritor literario a perdido fuerza en el debate público, ese doble juego de prestigio y aislamiento dimensiona el espacio real que la literatura tiene en la esfera periodística de actualidad. Posiblemente, los tiempos necesarios para reconocer discursos literarios y periodísticos sean distintos, pero aun así, creo que tiene más que ver con errores conceptuales, la idea de que no se puede decir lo mismo y con similar efecto de ambas maneras. O quizás, tenga razón Oliverio Coelho cuando dice que es buscar un exceso de trascendencia la ingerencia que una disciplina menor como la literatura puede tener en una sociedad eclipsada por el mundo del espectáculo.[2] Pero, y tal vez peque de ingenuo, lo que hace menor a la literatura, es la calidad de su producción, la forma en que se adapta o revoluciona la rigidez de las estructuras (esto es periodismo, esto “otro” literatura), en este sentido Roberto Arlt, Rodolfo Walsh, Raúl Scalabrini Ortiz, ¿qué hicieron?, ¿periodismo o ficción?, ¿se preguntaron si estaban rompiendo reglas estilísticas o de género? Por otro lado, no niego el complejo proceso neoliberal que desde el ’76 en adelante desgarró el poder social de la literatura, dice Gamerro “la censura ha dado lugar a la indiferencia que es mucho más efectiva”[3], y es cierto, un Clarín del domingo tiene más tirada que toda una publicación entera de la mayoría de las novelas de escritores argentinos actuales. El ciudadano medio ignora la literatura política, no le llega casi nunca a sus manos como un diario, ni entra en su casa con la rapidez de la televisión, pero eso no alcanza para justificar la distancia entre ficción y política. Y cuando hablo de literatura política, no me refiero a la absurda dicotomía entre arte social y arte estético, me refiero a que la participación social del escritor no se limite a un artículo perdido en las páginas de algún diario, hablo de que no entiendo porque deben inevitablemente separarse la esfera de lo literario-ficcional de los temas políticos y sociales. Hay que pedirle peras al olmo, porque no sabemos que frutas podría llegar a dar hasta que no las comemos. El lector espera que lo sorprendan, que le muestren algo que no se la había ocurrido imaginar. El infierno no es la mirada de los otros, es la forma en que nosotros creemos que nos están mirando los otros. Yo estoy podrido de las formulas de escritura, las formulas de lectura, las formulas de crítica. Y me contradigo, y desdigo todo el tiempo, es el chiste de decir algo y como decirlo, equivocarse, para que el que viene después diga algo más interesante. Ficción y realidad se miran en el espejo y buscan las siete diferencias.
[1] Revista Oliverio, número 12, Pág. 23
[2] Ídem 1. Pág. 21
[3] Ídem 1.

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