sábado, 9 de marzo de 2013

La ciudad de la Angurria.


No tengo ningún problema, el problema soy yo.




                                                                    Armá tu propio menú!
                                                       La papa rellena que mejor te represente!
                                                        Comé rico, divertido,  sano y nutritivo!
                                                                                    (¡!)


Con los ojos enmudecidos.
Con la mueca en crepúsculo.
Con las pupilas entumecidas.

Hoy Seba me recomendó que lea poesía antes del examen de creatividad.
Nada más acertado.
La poesía te sacude, te zamarrea la conciencia.
Te obliga a pensar aunque no estés en condiciones de hacerlo (y no esté de moda).

Soy las sombras que hablan y se mueven a espaldas de los paranoicos.
Soy la personalidad cínica de los esquizos.
El chivito expiatorio a la parrilla.

Todos los problemas viven en un solo lugar. Sin tiempos, sin espacios, sin mutaciones.
Acabo de cometer parri y geno cidio sobre el Indio (habitante originario) que me miraba desde la cueva platónica del Perico.

Esta culpa es autóctona. Este menú, el más económico.

Comete tu dolor, hacete un caparazón de grasas saturadas, como hacemos todos los gordos angustiados en la Ciudad de la Angurria.
Uno es lo que come.
Vos sos tu sufrimiento, o te le parecés demasiado.

Te mintieron feo:
Tu libertad no termina donde empieza la del otro.
Tu libertad no es nada si no podés compartirla con el otro.
Te mintieron, feo.

Y dame el combo grande de cheddar, rúcula y dignidad.



Sí, hoy vine acompañado. Mesa para dos. (Mejor para tres o cuatro).
Acá estamos, Yo y la infaltable y (a veces), silenciosa compañía de la sombra que proyecto Yo mismo en el espejo interior del cuarto en el fondo que me pertenece, a veces, y otras que me cierra la puerta (silenciosa e infaltable) en la cara.


En la ciudad de la angurria tengo vergüenza de quedarme con hambre, y mucho miedo a quedarme sin hambre. 



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