jueves, 25 de noviembre de 2010

Ni de aquí, ni de allá. Diario de viaje.



Me gustan los que se callan y me gustan los que cantan.

Y de tanto andar conmigo, me gusta lo que me pasa.

Me pasan cosas como esta…

Aunque no tenga importancia andar contándole a todos,

todas las cosas que me pasan.

Porque uno no vive solo y lo que a uno le pasa, le está sucediendo al mundo.

Única razón y causa.

Por eso si hay uno, hay dos.

Supe del diablo la noche que al hambriento dije “no”.

Ando solo por la vida y con un tono dominante,

modestamente cantor, sin pretensión de enseñar.

Porque si el mundo es redondo, no sé qué sigue adelante.

Andar y andar, siempre andando, nada más que por andar.

No vine a explicar al mundo, solo vine a tocar.

Y no quiero juzgar al hombre, al hombre quiero contar…

Mi condición es la vida y mi camino, cantar.

Es mi manera de andar.

Un día llegué a Tandil y conocí a un anciano,

que a falta de inteligencia se le dio por ser muy sabio.

Le pregunté por el amor al lindo viejo y ahí mismo lo conocí,

cuando me alcanzó un espejo.

Yo bailo con mi canción y no con la que me toca,

Yo no soy la libertad, pero sí, él que la provoca.

Si ya conozco el camino pa’ qué voy andar al costado?

Si la libertad me gusta pá qué voy a vivir de esclavo?

Elegir.

Yo siempre elijo, más que por mí, por mi hermano.

Y si he elegido ser águila, fue por amor al gusano.

Prefiero seguir a pié y no en caballo prestado.

Alguien por una manzana va siempre quedando a un lado.

Siempre se llega primero él que va más descargado.

El día que yo me muera no habrá que usar la balanza,

Pues pa’ velar a un cantor con una milonga, alcanza.

Doy la cara al enemigo, la espalda al buen comentario,

Pues él que acepta un halago, empieza a ser dominado.

El hombre le hace caricias al caballo, pa’ montarlo.

Perdón si me propasé y me puse moralejo.

Nadie puede dar consejos, no hay hombre que sea tan viejo.

Me pongo el sol al hombro y el mundo es amarillo.

Me gusta andar pero no sigo el camino,

pues lo seguro ya no tiene misterio.

Me gusta ir con el verano bien lejos, pero volver donde mi madre en invierno.

Y ver los perros que jamás me olvidaron y los caballos y los abrazos que me dan mis hermanos.

Me gusta. Me gusta. Me gusta.



Saltar paredes y abrir las ventanas.

El mar mojándome los pies.

En bicicleta perseguir a Manuela.

Con todo el tiempo para ver las estrellas.



No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir.

Ser feliz es mi color de identidad.






Frases: Facundo Cabral (con algunas salvedades que el maestro sabrá entender...)

Fotógrafa: Arianne Sodero Calvet.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La tarima del vacío multinacional.

Sentado sobre la madera que cruje y sangra.
Cuál es tu deseo más profundo?
Crear. Y tal vez, reconstruir.
Las voces se pisan, se mezclan banales.
Suenan miles de teléfonos, la gente habla de cosas que no tienen ningún sentido.
Sentado sobre la sombra de lo que no quiero ser.
Qué te gustaría hacer?
Cuando no hay dudas y hay preguntas, estamos jodidos.
Pocos piensan en las causas reales de sus sufrimientos.
Tienen ansiedad, se deprimen, están enojados, siempre enojados.
Si la pregunta no es la correcta, la respuesta profundizará el error.
Sentado en la alfombra llena de parásitos invisibles.
Cómo te imaginabas que sería tu vida?
 No me acuerdo.
En cualquier lugar menos en esta tarima de maderas huecas.
Hay un tipo canoso que quiere ser rubio que sonríe sin mueca, sin gesto.
Y me miente sabiendo que no le creo, por simple sadismo.
Con quien te gustaría estar?
Con un manojo de amigos, algunos de mis progenitores, y con vos.
Cubículos inverosímiles amontonados reciben a seres que no quieren ser bienvenidos.
Que se apoyan contra sus mentones, y sobreviven lejanos de su vida.
Recibir órdenes ilógicas, reproducir y mantener un orden cínico.
Ese es el designio de la mayoría de nosotros. Y no nos quejamos.
Nos educaron para que aceptemos, y aceptamos.
Estamos arriba de la tarima, abajo y martillando sus clavos oxidados.
Nunca reflexionando sobre sus cimientos de cartón.
Da igual, todos estamos esperando que las maderas se quiebren, por el peso del aire.
Ilusos.
Insisto, qué te gustaría hacer y ser?

lunes, 15 de noviembre de 2010

Ana y Otto. Sexto día del viaje.


Otto: Es bueno que las vidas tengan varios círculos, pero la mía, mi vida, solo ha dado la vuelta una vez y no del todo...falta lo más importante.
He escrito tantas veces su nombre dentro. Y aquí, ahora mismo, no puedo cerrar nada. Estoy solo.
Cómo acabará este viaje?

Ana: Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta, estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases. Sí, podría contar mi vida uniendo casualidades.
Me encanta que haga frío.
Un beso. Si me oyes, mándame tú otro.

Otto: Mi vida estaba ciega, comprendí que por dejarla ir, me había quedado sin destino.

Ana: Esta noche te espero, mirando al sol.
¡Venga valiente, salta por la ventana!

La casualidad que estábamos esperando…

Otto se quedó de pie mirándola de tal forma que ella sintió que le pedía perdón, por todo. Y así era, porque Otto se prometió en silencio que si ella lo perdonaba, la llevaría a un país en paz, para cuidarla toda la vida.

Nuestros nombres se pueden leer igual, por el principio y por el final…

Los ojos de Ana. Otto en los ojos de Ana.

Mis ojos y vos en ellos.

Cómo acabará este viaje? Salta por la ventana, valiente!

sábado, 6 de noviembre de 2010

Paranoia. Quinto día del viaje.

Eso de durar y transcurrir no nos da derecho a presumir…
Estuve de paseo por mi barrio de niño, por las calles del ayer, por los amigos de la infancia.
Por la familia que siempre estará ahí, aun cuando yo ya no esté.
Hay tanta conciencia sin saber, adormecida.
Me traje en la maleta gigante que fue cargada y supuestamente volvía vacía, una palabra.
Algo que sentí en esta ciudad in-feliz.
Paranoia.
La placita sucia, horrible y hermosa donde jugaba de niño, no existe más, es hoy un jardín religioso muy prolijo.
Los pasillos que conectaban los edificios de mi manzana, donde jugábamos hasta que no veíamos más que penumbras y sombras, al “Drácula”, no existen más.
Son parcelas, de parcelas, de cemento y rejas.
La canchita atrás de mi escuela primaria, donde cualquiera trepaba y jugaba a la pelota, donde se “mezclaban” nenes de clase alta, otros que no teníamos demasiado y los chicos de la villa.
Esa canchita no tiene más “acceso”. Está tapiada y llena de alambres de púa en sus muros, como una cárcel, pero de afuera para adentro. No hay más de conocer valores diferentes.
 En conclusión nefasta, los pibes, los vestiditos de doce años, ya no juegan libres en las calles del puerto, no corren, no conocen eso de parar solo para comer y dormir, no comparten sus increíbles experiencias con los amiguitos de la cuadra.
Sus papás están preocupados, tienen miedo, cierran con doble llave, con rejas, con candado y alarmas estúpidas. Los nenes quedan del lado de adentro, encerrados en un microclima de sepulcro anti-inseguridad (es).
Y miran mucha tele, y juegan mucho a no jugar (virtuales sudores corren por sus frentes viciadas del aire familiar).
Y observan a los papás insultar, enojarse por todo, deprimidos y sin ningún sentido en sus (seudo) vidas, llenas de muchos compromisos, cuentas para pagar, y graves problemas que no entienden, o entienden demasiado.
Yo pregunté por ahí, por qué se cerraban los pasos en las veredas, las calles, los barrios. Y la respuesta fue inmediata y unidireccional. “vos sos loco (o pelotudo), no ves el PELIGRO que hay en la calle?”
Me quedé muy triste, porque crecer en esta realidad de cartón pintado está formando jóvenes más prejuiciosos, miedosos, reprimidos, enojados aun, de lo que ya venimos siendo en este enrejado país.
Paranoia. Parafernalia.
Teatro de revista del inconsciente.
No.
No es honrar la vida.
Alguien baila frente a otros y estos miran para otro lado avergonzados.
Otro canta sin pudor algo que le salió de adentro y alguien lo mira con odio.
Unos se besan enamorados, eternos, y una señora se ruboriza y se enoja por tanto decoro.
Ya no es el miedo hacia ese “otro” de algún país limítrofe o alguna provincia lejana y morocha.
Cada vez está más cerca el “enemigo”. Se empiezan a tapiar ventanas, ventiluces, se tapan espejos con ladrillos huecos.
Se ponen candados en las mesitas de luz, se sellan con pegamento las sábanas siempre limpias.
Se construyen casas con el frente en el fondo.  Y el patio se tapa con lana electrificada.
Se ponen alarmas satelitales en la ropa interior.
Y solo se habla del tiempo, aunque últimamente está tan “politizada” la meteorología, que mejor no hablar de NINGUNA cosa.
Habría que soldar las incubadoras y tapiar los ataúdes en vida.
Habría que dejar de respirar, tanto virus en el aire…
Paranoia y callejón zona peligrosa.
En qué momento cerraron la celda desde adentro?
Paranoia. De adentro para afuera.  Y en el medio? Queda algo?

Hay tantas maneras de no ser…