Aprender a caminar solo.
Sin mamá y papá agarrando mi mano,
O esperando en cuclillas mientras yo hacía mis primeros chuecos.
Sin una maestra o un profesor empujándome la espalda hacia buen, o algún, puerto
Sin mi primera novia contándome que caminar en la arena y en el pasto también es caminar, pero más suave.
Sin ningún amigo que me acompañe a caminar en madrugadas de alcohol y teorías.
Sin obsecuentes que me lleven en andas.
Sin perversos que me quieran convencer que arrastrarme con una piedra al cuello es caminar.
Solo. En soledad, aprender a andar por una vereda sin nadie conocido, ni amable, ni castrador.
Un paso, luego otro, después nuevamente la otra pierna y así. Sin apurar ni arrebatar a mis piernas de Forest Gump.
Sin miedos que no me permitan caminar para atrás cuando es una calle sin salida.
Volver y retomar la senda.
Sin víctimas que me conmuevan para que las lleve sobre mis hombros.
Sin guías turísticas que vayan comentando banalidades cuando visitemos nuestro pasado.
Sin cintas mecánicas que fuercen pasos a ningún lado.
Sin música estimulante en maratones de la mediocridad.
Sin pierna sendas que encaucen mi recorrido a su antojo.
Solo. Esquivando minas enterradas por el comando del auto boicot.
Sin muletas que lastimen mis brazos.
Sin sillas de ruedas, peligrosamente cómodas que atrofien mis músculos.
Sin carreras y competencias que prometan premios por ganarle a alguien y no premien el hecho simple de atravesar un camino.
Aprender a caminar por mí mismo, hacia dónde yo deseo, porque así lo elijo.
Algo que parece tan simple, y pocos aprenden alguna vez realmente.
Navegar en paz requiere su tiempo, y en la soledad mirar hacia adentro.
No se curan heridas, se encuentran salidas.
A veces me pierdo, los ojos se me dan vuelta y me muero por dentro.
Cada vez menos. De gatear a caminar, solo con intentos.
Fallidos, mortales, irreversibles, agudos y dolorosos.
Aun así, intentos, actos y significados, la única manera de aprender algo.
Aprenderlo solos.
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