Claro, me la pasaba meditando sobre la piedra de mármol en el pecho, sobre la mochila de plomo caliente en la espalda, sobre el recuerdo de los recuerdos más recordados, sobre las miradas, lo abrazos, las mordidas, el tirón suave del pelo.
Me la pasaba pensando en los porqués de la eterna insatisfacción, y en los fugaces segundos frugales en la frontera de un futón furtivo, hasta que escuché Oboku Eeumi, el cielo estaba rojizo, encendido, cristalino de brasas, las luces de los ambientes extraños se iban apagando, en un lento vals casi inerte, casi silencioso, casi como el que bailan los sauces en la placita de mi barrio de nene, en el puerto del mar. Las notas del piano me quebraban las yemas, la voz milenaria me estaba perturbando tanto como los labios carnosos en la piel virgen, deslizándose, adentrándose, anhelándose definitivamente helados.
En el balcón oscuro observé como Jesse y Celine ya no se despedían para siempre, sonreían, sabiendo que la película terminaría justo en el momento en que empezarían a sufrir el paso del tiempo en su enamoramiento francés. Estuve triste por ellos, pero feliz por ellos y su comienzo mágico.
Andaba yo cabizbajo, apesadumbrado, iluso de ilusiones truncas, de amores fracasos, de frascos tirados al mar ahogados y devorados por la profundidad que no deja retornar al retoño de abril, o enero o mediados de octubre. Caminaba atrás de la sombra, me dejaba atropellar, me sentía más oscuro y menos corpóreo. Avanzaba ciego hacia nolugar, y venía de talvez, habiendo dormido una noche de luna partida en vosnosabés. Casi me choca un Harry apurado por llegar justo antes que Sally, después. Lo envidié, al menos él sabía donde quería ir, aun cuando hubiera sido mejor Casablanca que Casarrosa. Era lo que era, y era más que yo.
Colchón de plomo. Qué consentido.
Claro, y llueve esta noche, cómo no iba a llover? Preguntale al ciego que vende ballenitas en el subte. No, Fernando, no existe la secta, no existe el plan sistemático.
Cada uno es, lo que puede ser. NO! No, y no.
Entendé Patito mojado que somos títeres, trapos mojados, títeres al sol.
Títeres en la Horca.
Andá a dormir en tu colchón de plomo. Claro, cómo no iba a tener una pulga africana en mi almohada? Qué privilegio.
Me la pasaba pensando en los porqués de la eterna insatisfacción, y en los fugaces segundos frugales en la frontera de un futón furtivo, hasta que escuché Oboku Eeumi, el cielo estaba rojizo, encendido, cristalino de brasas, las luces de los ambientes extraños se iban apagando, en un lento vals casi inerte, casi silencioso, casi como el que bailan los sauces en la placita de mi barrio de nene, en el puerto del mar. Las notas del piano me quebraban las yemas, la voz milenaria me estaba perturbando tanto como los labios carnosos en la piel virgen, deslizándose, adentrándose, anhelándose definitivamente helados.
En el balcón oscuro observé como Jesse y Celine ya no se despedían para siempre, sonreían, sabiendo que la película terminaría justo en el momento en que empezarían a sufrir el paso del tiempo en su enamoramiento francés. Estuve triste por ellos, pero feliz por ellos y su comienzo mágico.
Andaba yo cabizbajo, apesadumbrado, iluso de ilusiones truncas, de amores fracasos, de frascos tirados al mar ahogados y devorados por la profundidad que no deja retornar al retoño de abril, o enero o mediados de octubre. Caminaba atrás de la sombra, me dejaba atropellar, me sentía más oscuro y menos corpóreo. Avanzaba ciego hacia nolugar, y venía de talvez, habiendo dormido una noche de luna partida en vosnosabés. Casi me choca un Harry apurado por llegar justo antes que Sally, después. Lo envidié, al menos él sabía donde quería ir, aun cuando hubiera sido mejor Casablanca que Casarrosa. Era lo que era, y era más que yo.
Colchón de plomo. Qué consentido.
Claro, y llueve esta noche, cómo no iba a llover? Preguntale al ciego que vende ballenitas en el subte. No, Fernando, no existe la secta, no existe el plan sistemático.
Cada uno es, lo que puede ser. NO! No, y no.
Entendé Patito mojado que somos títeres, trapos mojados, títeres al sol.
Títeres en la Horca.
Andá a dormir en tu colchón de plomo. Claro, cómo no iba a tener una pulga africana en mi almohada? Qué privilegio.
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