jueves, 13 de agosto de 2009

90-60-90. El modelo económico argentino


Esta noche le vamos a dedicar un espacio a una nota de tinte económico que encierra una cuestión fundamental, los números, la bolsa, los impuestos, y las leyes económicas no son otra cosa que los intereses ocultos, vistiendo, disfrazando a un maniquí de rasgos sencillos que dice llamarse racionalidad, oferta y demanda.
(nota publicada en El Mestizo, hace tres años, pero que releyéndola creo que tiene más vigencia hoy que en esos días). Esa presión de intereses opuestos de la que hablaba en el 06' hoy se ha puesto tan de manifiesto, que ni falta hace mencionarla...
Desfile sobre una pasarela de arenas movedizas. Un modelo económico se establece principalmente por un conjunto de ideas, costumbres y comportamientos de las empresas y de la población con respecto al funcionamiento económico y político y por un conjunto de reglas formales establecidas por las decisiones políticas del Estado amparadas por la Constitución, las leyes y las instituciones vigentes. Ahora bien, establecer cuál es el peso específico real en un momento determinado de estos dos grandes niveles es sumamente complejo. Las organizaciones económicas, políticas y sociales operan como agentes diferentes que pugnan por hacer avanzar intereses opuestos. En el caso particular de la Argentina pos 2001, se observan aspectos positivos y negativos en una coyuntura económica favorable para el establecimiento de bases sólidas a largo plazo. Por un lado, el PBI crece desde hace tres años al 9 %, el desempleo descendió hasta el 10 %, la pobreza y la indigencia disminuyen, el consumo crece, las empresas tienen ganancias millonarias, y el peso de las exportaciones mantiene el superávit tanto externo como primario aliviando la presión que la financiación de capitales externos puede generar sobre la economía interna. El problema reside en las decisiones políticas de redistribución del ingreso, la especulación de las cúpulas comerciales que presionan sobre una inflación en constante incremento. En este punto es necesaria una aclaración: la principal causa de la inflación no es la suba de salarios como declaran la mayor parte de los medios y de los “economistas especializados”. El foco inflacionario tiene como principal agente a las exportaciones, cuando las exportaciones crecen más que la inversión se desabastece el mercado interno. Esto genera menor oferta y un aumento de precios en el mercado interno. Rubén Lo Vuolo, economista de Ciepp, declaró que: “Es ortodoxo tener un superávit fiscal brutal y que ese superávit se haga con un sistema tributario regresivo y ajustando gastos sociales. Es ortodoxo recomponer la acumulación a costa de los ingresos de los trabajadores.” En síntesis, lo que para algunos es una base fiscal mejorada de recaudación, para otros implica un ataque directo sobre el consumo de los sectores asalariados. Por otro lado, la negociación salarial, así como la política de precios, se maneja de manera corporativa, el gobierno prefiere discutir con los sectores concentrados (las cúpulas sindicales y los monopolios comerciales), lo que genera a largo plazo un juego de presiones y de equilibrios inestables que se construyen sobre la coyuntura económica y la fragilidad política y quedan de lado las decisiones estructurales. La pregunta es, ¿el inmenso y sostenido superávit fiscal se sigue acumulando con la prolijidad que exigen las recetas neoliberales o se destina a sanear los enormes vacíos institucionales en salud, educación y trabajo de las clases relegadas? El modelo resbala, cae y toda su belleza superficial se convierte en absurdo.

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