lunes, 20 de febrero de 2012

El primer beso


El primer beso.

Jugábamos a la pelota en el patio chico, rompimos ,cada tanto, algunos vidrios baratos de las puertas de las aulas dónde de día éramos seriecitos y llenos de gomina.
Era viernes, de noche, octubre llenaba las nueve con oscuridad y calor de primavera rara.
No me pregunten por qué, pero yo cargaba un gorro negro de lana, en esa época se usaba mucho, lana en la cabeza, algodón grueso en el cuello, no sé. Teníamos frío o nos tapábamos de algo.
Esa tarde había apurado a Julito, un pibe que no tenía miedo a la pelea, se boxeaba con todos y por nada, era como la medida de mi hombría. Su hermano Darío, un año más grande que yo, me había fajado antes de tomar la comunión, mi mamá había puteado porque las fotos me iban a tener medio desfigurado. Yo cargué el moretón como herida de guerra, le había mantenido la acción a uno más grande y de los que tienen fama de salir siempre primeros.
Y Julito se cagó, y Darío lo supo y me respetó.
Así estaba yo, contento de jugar y de pecho inflado, siempre estoy contento cuando juego a la pelota. Hoy, que soy más viejo, y juego con amigos después del trabajo los jueves a la noche tarde, sigo siendo el mismo Huguito que no soporta perder, se me calientan los cachetes como cuando en el cumpleaños de Andrea Gatica pusieron Aerosmith, la banda sonora de nuestros primeros acercamientos al amor y los besos, mediante un baile gracioso de "lentos" y bracitos nerviosos.
El jueves Valeria me había cantado "Te amo" de Franco de Vita en el patio grande. Me llamó aparte, estaba ella con Guadalupe, su mejor amiga de quinto y fuimos con Emilio, mi amigo de toda la primaria, hasta que nos gustó Andrea, la del asalto y los cachetes calientes, luego les cuento ese ribete que nos alejó.
Hasta ahí, Emilio y yo, éramos uno. Debatíamos todo, él tenía el casette de Tango Feroz y yo el Cd, escuchábamos las mismas canciones, nos dábamos consejos sabios sobre las mujeres. Mejores amigos de la infancia.
Cuando Valeria y Guadalupe nos dijeron que querían transar nos pusimos nerviosos, estábamos excitados claramente. En el segundo recreo hicimos nuestra estrategia, y pusimos fecha. El día siguiente, después del coro, atrás de la iglesia.
Tuvimos mucha suerte, ahora que lo pienso, siempre (o casi siempre), tuve suerte con las mujeres, elegí las más lanzadas, las que iban al frente.
Esa tarde canté "El misterioso Dragón", mi profe era zurdo, yo lo bancaba a muerte, me acuerdo que hubo un debate de padres y maestros para echarlo, de ahí viene mi ideología y Víctor Heredia en mi discurso. Años después fui a buscarlo para que me enseñe a tocar con la guitarra esa canción que canté de los doce a los catorce antes de dormir, ya no estaba. En la Sagrada Familia no lo vieron como un pariente copado.
http://www.youtube.com/watch?v=YUTYqFfJcqE
Después de cantar "una porción de sol" en repetidas oportunidades (yo no había quedado para el coro, en la prueba el profe me dijo, no, vos no...), pero después dije algo en la clase, no sé qué cosa de  la duda y la fe y el profe me invito a venir igual.
Bueno, así estábamos cantando en el balcón de la iglesia, que lugar más lindo, nunca hacía ni frío ni calor, y estábamos lejos de las miradas enojadas, cantábamos y bailábamos con desparpajo las boludeces de la misa. De ahí viene mi deseo de tener balcón.
Esto me pide paréntesis. Si hay una canción que recuerdo es Tomado de la mano con Jesús yo voy. Sí, funciona la psicología de Pavlov, muchachos.
http://www.youtube.com/watch?v=dQB8wtKtq9o&feature=related

Dejando de lado los componentes y contenidos de la estructura católica, estábamos ahí arriba, un lugar mágico, lleno de cuevas y túneles (Ah Sábato, o como diría F. Casas: Sótano, de ahí venís también...), y yo me escapé.
Salí furtivo, en el momento que pensé era el más apropiado, durante el segundo éxtasis del ave maría, y corrí.
Encaré para el patio chico, los pibes seguían jugando a la pelota, me metí en el partido. "pateo contra la biblioteca"  y así estuve un rato, sabía lo que me estaba esperando a la vuelta de la iglesia, había visto a Valeria caminando solemne por los pasillos.
Tenía miedo, estaba excitado mal, pero tenía pavor. Me había dado consejos el primo de Seba en la puerta de la librería de Nacho, me dijo, "meté lengua Hugo, pase lo que pase, meté lengua", él sabía más, estaba en primer año de la secundaria, y encima industrial, él sabía.
Vino Emilio y si no fuera por su empuje, este cuento no existiría.
Vamos Hugo, las chicas nos esperan.
Y fuimos.
Esa caminata fue tan larga como la infancia toda.
Y fui.
Dimos la vuelta, se escuchaba aun el coro.
Sudaba mi frente por el gorro de lana y por el deseo de encontrar al deseo.
Dimos la vuelta, cerré los ojos, abrí la boca, Valeria sonrío y me dejó crecer. 


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