domingo, 26 de septiembre de 2010

Frágil. Cicatriz.

Ese día llegará.
Porque si algo real en todo esto hay es que buscamos ese momento pleno, esa pequeña libertad. Nos pasamos los días despertando sin querer, huyendo del sueño hermoso.
Imaginando que podremos repetir esos instantes perfectos, con la persona justa. Haciendo, creando lo que nos llena en serio, nada de estupideces, de seguridades necias.
Ese día tiene que llegar, sino todo lo que hicimos se cae, por el propio peso de la banalidad, por el devenir en vano.
Me imagino esa pirámide, y tal vez no haya secta, no exista Vidal Olmos, ni la carne quemada, simplemente sea que debo empezar a desanudarme, a desentenderme de todos mis miedos, que me engañan, que me ponen a escribir sobre títeres, sobre horcas y suicidios inútiles. Entonces pongo hoy el foco en ese día.
Y qué más da si alguien maneja los infiernos, es dueño de todas mis faltas y me maneja, me hace actuar para divertirse viendo explotar al mundo. Eso no importa, porque al final, si fui un mal tipo en ese momento y en otros, lo fui porque soy así. Porque no me escapé de ser, indigno de ser.
Cicatriz y cremas rejuvenecedoras.
Soy el jardinero de las flores negras, soy Martín buscando el fuego de Alejandra, soy David enseñando a Lucía a ser leve. Soy la madre de Cristian, juzgando su muerte como si no fuera culpable de parir a su verdugo.
Soy Nicolás, herido de muerte por empezar a vivir amando, por comprender que la mujer de tu vida puede no enterarse nunca.
Cicatriz y cirugías reconstructivas.
Soy un títere, de mis antojos, de mis fantasmas reflexivos que van creando esta novela a su antojo y con sutil sapiencia.
Soy Nahuel volviendo de su exilio, comprendiendo que no alcanza con escapar. Que puedo sobrevivir en la huida, pero a la larga o la corta voy a tener que pararme frente al espejo del baño materno.
Cicatriz y el filo que se relame.
Soy una sombra en el aire, el ideal de hombre, Rafael, aparezco para llenar de sexo los deseos de cualquier mujer. Digo la frase justa y acaricio la piel de la fantasía realizada, te hago acabar como nunca antes lo hiciste, como siempre antes lo imaginaste.
Soy el parque centenario, y le doy cobijo a todos mis anhelos de niño de provincia y empiezo a armar territorio conocido, amable en tus calles de todos los días.
Ese día se demora, pero sé que está llegando. Porque al final de cuentas, todo preso sabe que su libertad no es condicional.
Uno cuando empieza, dos cuando busca, tres cuando encuentra, ambos cuando acaricia, ninguno cuando pide, algunos cuando aplaude, muchos cuando imagina, todos cuando miente y defiende su verdad.
Siempre será posible arrimarse al fuego, pocas veces encenderlo.
La mujer de blanco no existe. Estuvo sentada sobre el muro del cementerio, estuvo encima mío cuando descubría la humedad, intentó salvarme de la podredumbre del riachuelo, escapó por mi sien el día de los ángeles arrepentidos, jugó al ajedrez con mi cucaracha gigante, cagándose en el dios detrás de dios que movía mis piezas. Esa mujer no existe, y yo tampoco existo, tirado en el sillón podrido que acomodó a mi viejo y antes guareció a mi abuelo.
Soy un umbral oscuro, efímero y final.
Cicatriz y la aguja que inyecta la anestesia.
Soy una biografía, un error de buenas intenciones y una sombra.
Soy el retrato en Brasil, con todos nosotros posando para el viento, la arena y el tiempo que nunca nos volvería a dar la chance.
Soy el ritual secreto y encriptado que esconde la verdad de todas nuestras ansiedades, o al menos las mías.
Soy Almagro, profundo y profuso, soy alma y magro, soy Gardel y la pera contra tu mesa de madera, de madre herida y virginal.
Todos somos frágiles frente a alguien, soy Sergio y en esta palabra termino mi relato.
Frágil. 

 
El resto depende de ustedes y sus propias fragilidades.

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