miércoles, 19 de agosto de 2009

La Fiesta de Todos.


Goles son orgasmos. Multi-nacionalismos.

La fiesta mediática en la sociedad de consumo es sinónimo de bienestar, cuando esta fiesta es en apariencias masiva, se puede explotar la idea de un presente eterno de felicidad. Si este presente dura un mes, un día, 90 minutos, no importa. Si esta fiesta es sólo simbólica y fetichiza un negocio multimillonario, no importa. Si se explotan y exacerban los peores vicios xenofóbicos y las más profundas ansias ególatras, no importa. La pelota no se mancha. Estamos todos reunidos frente a la TV que irradia rayos paralizantes. Cuantas más pulgadas tenga el aparato, más chico es el espejo. Así es la historia de la mayoría, el Mundial de fútbol, representa además del arcano del entretenimiento, la esperanza de reír y llorar más allá del horizonte de lo deportivo. Se mezclan otras cuestiones; sumisión política, complejos sexuales, fracasos laborales, odios reprimidos y se vuelcan (rebalsan), sobre el verde césped. Esto sucede porque nada iguala más que el fútbol, sólo la muerte pero esa es otra historia, porque una vez muertos no podemos disfrutar de la igualdad. En cada minuto suplementario se evoca la posibilidad del gol de oro, de ver consolidados los sueños que la realidad frustra, nos sumergimos en esa novela fantástica, en esa película de final incierto, en donde EEUU es menos potencia que Argentina, en donde somos superiores a todos, o al menos eso creemos. Entonces Messi se convierte en el Mesías del Siglo XXI. Y en cualquier rincón del mundo un niño sueña con un planeta plano, rectangular bien limitado por líneas de cal en donde cuatro elefantes y una tortuga se convierten en 22 seres inmortales que juegan (luchan dirán algunos), por la Gloria y la Eternidad. La urgencia de mitos en una sociedad hipersecularizada, el ser humano lúdico, el peso de la publicidad oculta detrás de la propaganda deportiva, son algunos de los condimentos de semejante banquete que nos hace agua la boca. En una situación de estas características surge la más cruda de las paradojas del nacionalismo, se reparten banderas con los colores patrios, se llama a tener una causa común apoyando a la selección nacional que nos representará en la competencia, el pueblo se une en plazas llenas vivando al equipo, en todos los medios la agenda política se convierte en el fixture del torneo. Se agudizan las diferencias nacionales, y desaparecen los obstáculos con el vecino de la cuadra o del edificio, es un hermano, es un abrazo emocionado, aunque antes le cerráramos la puerta del ascensor en la cara. La paradoja surge cuando nos damos cuenta de que quienes más exacerban los nacionalismos particulares son empresas multi-nacionales, las mismas en distintos territorios hacen uso y abuso de símbolos patrióticos muy diferentes. Es el internacionalismo pero no ya obrero, sino comercial. Pero hay cosas que no cambian, en el ’34 Mussolini creía conquistar al mundo con su invencible azzura; en el ’78 Videla le mostraba al mundo lo derecha y humana que era la albiceleste, en el ’90 Alemania consolidaba su segunda unificación en donde una mano oriental y otra occidental levantaban la copa y derrumbaban el muro. En el ’94 América convertía al fútbol en soccer, y al deporte y merchandising. Hasta llegar al ’06 en donde el nacionalismo adquiere las peores formas: cabezas rapadas atacan a musulmanes, judíos, latinos, africanos, asiáticos en todo el territorio teutón, mientras el gobierno alemán hace gala de su fama de país tolerante y antirracistas, mientras llegan prostitutas de todo el mundo para saciar las ansias de los hombres supraexitados después de cada partido-batalla. Eso sí que es nacionalismo globalizado. Pero olvidemos esto, se viene el Mundial, empieza la fiesta de todos, gritemos los goles, gocémoslos, que son como orgasmos, y entonces desde chicos de 5 años hasta ancianos de 80, desde explotadores hasta oprimidos, mujeres y hombres, todos gritamos los goles y tenemos el mejor de los orgasmos, ese que no necesita del cuerpo, sólo de una tele encendida. En este mes la sociedad no tiene clases, el dueño de la fábrica, el obrero de la fábrica y el indigente que pide comida en la puerta de la fábrica, se abrazan en un solo grito, un solo orgasmo, el orgasmo mediático. Las empresas no son sponsors, son hinchas oficiales, no se venden productos, se sigue a la selección de la mejor manera posible. Tenemos 30 hermosos días para disfrutar de nuestra efímera unión, estamos en competencia con los otros, silbemos los himnos ajenos y lloremos el propio. La enfermedad del exitismo y el fracaso nos ha contagiado, el fútbol es solo la excusa perfecta para encontrar nuestros héroes y los culpables, ganamos, perdieron.

“Si todo el año fuese de fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar” W. Shakespeare

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